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Mi relación directa con la naturaleza existe desde los primeros años de edad, mi padre es un Ingeniero civil que ha trabajado la gran parte de su vida con entidades ambientales, de allí que haya recorrido gran parte del país, compartía todas estas experiencias conmigo y me inculcó este amor por la naturaleza, este respeto por la misma que de cierta manera decidió y me encaminó a quien soy hoy en día. De igual manera mi madre ha jugado un papel importante, pero a diferencia de mi padre, ella es una persona mucho más citadina, pero que de igual manera creció rodeada por la naturaleza, por uno de los ríos más importantes de nuestro país, El río magdalena.

¿Pero como puedo ser una persona amante de la naturaleza, los animales, las aves, los ríos y demás habiendo vivido y crecido toda mi vida en la ciudad más grande de Colombia, donde el sonido más común no son los pájaros sino los cláxones de los vehículos? Es allí donde llega la fotografía y el arte fotográfico a mi vida.

Este proyecto fotográfico nace de una necesidad, una necesidad de ser y de hacer. Todas las personas somos conscientes de la importancia de cuidar nuestro planeta y la situación ambiental que se viene presentando de un tiempo para acá, pero es allí donde está el mayor problema, el pasar de las ideas a la acción. Por ende, pensé en como mi papel como fotógrafo y artista puede aportar a ello y encontré en la cámara mi herramienta perfecta, así nació este proyecto, un proyecto que busca mostrar las diferentes riquezas existentes en las cercanías a Bogotá, la importancia de las mismas y su indeleble e innegable conexión. Nuestra cognición de la naturaleza es algo que está alejado de la ciudad, que es un antónimo, completamente distinto, pero nada más erróneo que ello.

Este plan o proyecto ha significado algo muy importante para mí, no solo en mi índole profesional, al ser mi proyecto de grado y el trabajo con el que culminaré mi desarrollo académico como artista visual, sino también a manera personal, es un proyecto que me llevó a recorrer espacios sagrados, espacios de vida, espacios donde la tranquilidad es la norma, alejados de mi contexto cotidiano, un espacio de conexión con la naturaleza y experiencias increíbles, me llevó a cumplir sueños y a lograr tomas que nunca en mi vida creí poder lograr.

Tuve el placer de ser acompañado por algunas de las personas que más quiero y que más importan en mi vida a lo largo de este proyecto, me acompañaron mi padre y mi mejor amigo. Se recorrieron más de 400 km de alta montaña, territorios que hacen parte de la Bogotá Rural, se recorrió el páramo más grande del mundo, los lugares donde “nace” el agua que bebemos y usamos diariamente, vi alguna de la gran biodiversidad de estos espacios, desde Águilas de Páramo, hasta aves pequeñas como la Candelita adornada, desde Venados Cola Blanca hasta el imponente Oso de Anteojos.

Cada una de estas fotos tiene una historia detrás, un evento y un acontecimiento específico tras bambalinas, en ellas se encuentra mi ojo de fotógrafo, el ojo de un artista que no tiene pinceles, pero si píxeles, y es aquí donde se logra denotar el hecho de que no existen dos fotografías iguales, y que la fotografía es también el arte de estar en el lugar adecuado en el momento indicado, o como decía Cartier Bresson, el “Instante Decisivo”, de allí que hablaré un poco de algunas de estas fotografías y la sensación tras de ellas.

 

En mi aspecto personal me identifico como una persona agnóstica, o poco creyente en ciertos aspectos religiosos o místicos, pero en el páramo de Chingaza, en mi primera visita a este tuve una experiencia especial, la guía que nos acompañaba es una habitante de la Calera, poblado cercano al mismo, quien nos compartía su conocimiento e historias del lugar, al momento de la llegada y a lo largo de todo el camino hasta el páramo nos acompañó un clima frío, característico de estar a más de 3000 metros de altura, la niebla no nos dejaba ver a más de 5 metros de distancia, y la temperatura afuera era menos de 4º, lo cual no nos daba muy buen augurio de lo que sería el día, pero al llegar al destino Ana, la guía nos contó una historia, en la que la niebla, también conocida como Fahoba o Bahaoa, es la novia del Páramo, es quien lo protege y de cierta manera es celosa ante la belleza del mismo, y solo permite que las personas que vayan con buenas intenciones al lugar lo puedan ver en su plenitud. Llegamos a nuestro destino, pero aún nos encontrábamos en condiciones de baja visibilidad y decidimos caminar un poco, la neblina y el frío nos acompañaban, pero luego de poco tiempo tuvimos la primera sorpresa, un Venado de Cola Blanca en el camino, el cual se quedó completamente quieto al vernos, momento que aprovechamos para tomar la fotografía, luego de un momento, y pasados más o menos 10 Minutos empezamos a tener mucha más visibilidad y ya lográbamos ver todo el paisaje, veíamos la niebla dispersarse, momento en el cual se sintió una conexión importante con el ambiente y con el páramo.

Otra de las imágenes importantes y que de cierta manera marcó el proyecto es la imagen número 1, en esta imagen vemos una pequeña fracción de un gran cuerpo de agua, la laguna de Chisacá, laguna que surte gran parte del agua que consumimos en la ciudad, al llegar a este punto se siente un golpe de realidad, un golpe de darnos cuenta lo pequeños que somos, nos demuestra de manera directa la grandeza de la naturaleza, el poder de la misma y sobre todo su nobleza. Es un paisaje que nos asemeja a estar en otro país, a estar en los fiordos noruegos, o en la región oeste de Canadá, pero nos encontramos en la localidad de Sumapaz, en Bogotá, hay montañas escarpadas cubiertas de miles de frailejones y vegetación, el agua clara, y sobre todo el silencio, el frío del ambiente, las manos se entumecen al no llevar guantes, el vaho es constante, y se siente una bella energía y tranquilidad en el ambiente.

Finalmente quiero concluir con la fotografía más importante para mí, una fotografía de la cual me siento increíblemente orgulloso y que de cierta manera representa la esperanza y el respeto ante la naturaleza que personalmente siento. Esta fotografía es aquella que siempre estaba esperando, esa imagen que siempre añoraba capturar, ver este animal en su ambiente natural, luego de estar en un alto peligro, y a pesar de aún estarlo, poder verlo en su ambiente y sentir su poder. Este animal siempre estuvo en mi radar, y era como ese proceso de buscar un tesoro, pero era un poco esquivo, observamos múltiples animales, diferentes especies, formas, colores, pero no era el que buscábamos, éramos cazadores, que en vez de empuñar un rifle empuñábamos una Cámara Nikon, que no disparábamos balas sino el obturador, éramos silenciosos, y en momentos lo único que nos guiaba era el instinto y los sonidos de la naturaleza, pero de cierta manera éramos cazadores urbanos, no estábamos acostumbrados a este entorno, a estos espacios, pero hacíamos el intento.

Luego de todo un día de recorrer el Páramo de Chingaza, habiendo visto una pareja de Águilas de Páramo, múltiples Venados, ya cansados y en el recorrido en el vehículo de vuelta hacia La Calera, con la pequeña alegría de haber visto el Oso a lo lejos, en su intento por cazar algunas Vacas, intento que fue fallido, teníamos la espina clavada de no haberlo poder visto más de cerca.

Íbamos en vehículo, y siempre que conduzco en estos espacios donde a pesar de ir manejando sigo teniendo los ojos y los oídos abiertos ante cualquier animal, y con la cámara prendida, lista para disparar, ubicada en la puerta a mi costado izquierdo. Íbamos hablando, contando historias o datos de los cuales en el momento no me acuerdo, cuando al aproximarnos a una curva escucho a mi papá decir. -“¡Ahí está!”- A lo que inmediatamente preguntamos – “¡Que cosa!”-, cuando la pregunta se resolvió sola, ahí estaba el Oso de Anteojos que tanto buscábamos, en el costado de la carretera comiendo su comida favorita, una Pulla, pero al ver el vehículo se asustó, cruzó la carretera y se metió en la vegetación, lugar donde lo perdimos de vista por pocos segundos, allí decidí avanzar unos 30 metros aún estando en el vehículo, y me detuve, empuñé la cámara y lo observamos, disparé 2 veces, los únicos dos disparos posibles porque después se desapareció en la vegetación, pero esos dos disparos fueron suficientes para lograr cazar al Oso de Anteojos, mi reacción al darle al botón y ver la imagen es indescriptible, es una sensación de no creer y de pensar yo mismo “Lo logré, lo logramos!”, fue solo decirles la tomé y mostrárselas para poder sentir un pequeño nudo en la garganta y la felicitación efusiva por parte de mi padre para sentirme realizado, sentimiento que sigue llegando a mi corazón y mi mente cada vez que observo la fotografía.

_DSC0734.jpg

417,8 Km

Total recorrido

3,843 m

40,5 h

Altura máxima

Tiempo de 

los recorridos

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